domingo, 22 de febrero de 2009

Promiscuidad de las manos

Dejo cerrar la puerta del ascensor y me detengo un instante frente al timbre. Manos en los bolsillos. No. Mangas que se alargan para proteger a las manos. Un dedo se asoma para anunciar mi llegada, rápidamente se esconde. La puerta que se abre e inmediatamente su mano, firmemente extendida, a la espera; las mías resignadas, débiles, salen de su guarida. Ambas se estrechan durante un breve instante. Húmedas, intercambian silenciosas su suciedad, su olor metálico de pasamanos de colectivo, olor a perro mojado que exigía una caricia, pegoteo de helado que se derretía a pesar de nuestros esfuerzos, de moco que se resistía a salir mientras yo me resistía a tocar el timbre. Pensar que algunos lo ven como un saludo distante cuando hay tanta intimidad en juego.