lunes, 5 de marzo de 2007

Espejos

-Hola
-...Hola
-cómo estás?

Silencio.
Mirada evasiva y silencio.
La Puerta del ascensor que se cierra, las escaleras que se enroscan alrededor nuestro. Las miro tras las rejas, una, dos, tres y ahí viene la última. Cuarto piso. Llegamos.
Monet. Qué lindo Monet!! Sus flores flotando en el agua espejada. Todo reflejándose. Todo estático.
Continúa el silencio. Nunca se escucha nada en ese edificio. ¿no hay bebés que lloran? ¿dónde está la vieja del primero quejándose? ¿Dónde los vecinos para discutir acerca del tiempo, para el "que calor!, vio?" haciéndonos compañía durante cuatro pisos? Nadie. Nunca ví a nadie más que a ella. Nunca recorrí los otros pisos. Sospecho que todo es mentira. Capaz el escenario se repite piso tras piso y siempre es ella la que abre la puerta.
Espejos. Todo repitiéndose.

Afuera hace frío, un viento helado revolviendo hojas amarronadas y quebradizas. Los árboles secos, el cielo gris. Todo tan triste y yo tan a gusto. Tan contenta con ese viento que me pegaba en la cara secándome los labios, resquebrajándome la piel, haciéndome real. Y luego siempre hay un vidrio tras el cual acurrucarse a tomar un capuchino. No ahora. No. Ahora Monet.

Entramos a la casa también en silencio, salvo por las maderas que se quejan al pisarlas. Todo siempre en el mismo lugar. Todo demasiado planificado, orquestado, hasta el desorden era intencional. Esos libros ahí, esa revista allá. Pero no es suficiente. El libro no leído se autodelata, se queja sobre la silla nunca usada. Tienen esa pulcritud fría, esa virginidad escalofriante. Imposible pasarlo por alto.
Sigo caminando. El piso cruje. Me siento en el mismo sillón, mullido y cálido, igual que siempre. Detrás la ventana con sus vidrios fríos.
Delante ella. Ella y sus ojos insistentes. Ella y su "cómo estás?". Falsa cordialidad antes de iniciar el interrogatorio.
Mira fugazmente a su izquierda, comprueban que las puertas cerradas me escondan la verdad. Finge mirarse en los espejos. De alguna manera ella puede verlos, igual que ellos a mí. En cambio, yo sólo lo sé, lo intuyo. Lo huelo. Lo siento.
Probablemente sean tres. Una mujer que mira por la ventana. A ella no le importo. Seguramente le aburre este juego. Los otros dos anotan, anotan todo el tiempo. Escriben y se ríen conteniéndose. Ninguno se preocupa por lo que yo digo, ninguno toma nota. Escriben lo que no pueden decirse entre ellos. Tres personas y a nadie le interesa demasiado esta farsa. Sin embargo se quedan. Está tan cálido ahí adentro, y afuera el viento sopla tan fuerte. Aparte pueden ver los árboles secos del parque...

Ella me mira. Repregunta. Descubro que hace rato le estoy hablando pero no sé de qué... Desconozco. Ella insiste. Pero no, ahora que me estoy escuchando me quedé callada. Vacía.
Silencio.
Hasta que de pronto "Ester, hay una nena llorando adentro de mi cabeza".
Ella insiste nuevamente en un extensísimo interrogatorio. La dejo preguntar, espero callada.
"Ester, la nena me pidió esos caramelos, los que tenés allá en el bol que está arriba de esa mesita". Mi dedo señala en línea recta una mesa, detrás de los espejos. Ella permanece inmutable. "nos vemos la semana que viene?", la frase que todo lo soluciona. La frase que solucionaría todo una vez más.
La nena
La mano que señala.
Los caramelos
Los espejos.

Todos en silencio. Nosotras dos y ellos tres. Todos miramos fijamente la mesita, el bol, los caramelos.

Se escucha a una nena llorar.

1 comentario:

Amapola dijo...

Jime me encantó!
Hace mucho que no escribimos.
Me he vuelto una mujercita cursi! nooooooooo