miércoles, 6 de agosto de 2008

Después de pensarlo un largo rato, escuchar el tono, cortar, escuchar, cortar, mirar el reloj quinientas veces, finalmente me decido a llamarlo. Suena tres, cuatro, cinco veces... Pienso qué decir, ok, ya sé... contestador. Suena la famosa señal que indica que luego de ella hablemos y me resetea. Ahora ya no sé nada. Ayy no sé, no sé que decirrrr.
"Hola, soy yo, no sé qué decirte"
Corto. Me odio. ¿soy yo?, no se me ocurrió nada mejor para decir como por ejemplo mi propio nombre??
Me apuro a llamar otra vez, como si pudiese ocultar esa nefasta oración con un nuevo mensaje.
Redial.
Pienso, pienso, repito. Y de nuevo llego al momento en que la máquina me dice "te comunicaste con el...."
Y yo digo
"hola, perdón, yo de nuevo ... ... cómo odio a los contestadores!". Corto.
AAAggghhh. Pero soy medio pelotuda.
Entonces llamo de nuevo.
Esta vez la consigna es clara: o digo algo concreto o corto. Mensajes oligofrénicos ya dejé los suficientes.
"después de la señal dejá tu mensaje... piiiiiiiip"
"hola.... eh.... hola.... uhhh..... ehhh.... noséparaquéllamo si no sé que decirte y odio a los contestadores." Corto.
Definitivamente debo haber sufrido anoxia perinatal y no puedo dejar de demostrarle que todavía no estoy capacitada para comunicarme telefónicamente. Bueno basta. Reiniciemos. No puede empeorar. Con mucha ternura me tranquilizo a mi misma: No podés hacer nada por empeorar la situación, no puede ser más patético. Pienso, escribo lo que quiero decirle, y estoy lista y preparada cuando después del último llamado me dice "perdón, pero la casilla del.... se encuentra llena, llame en otro momento"

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